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Todo aquello que es especialmente significativo en la experiencia íntima de cada uno es algo sobre lo que debemos callar (y la experiencia de la fe no escapa a esta regla de oro). ¿Cómo voy a probar a Dios -decía Kierkegaard- si El me ha salvado? El silencio es el peso del amor sentido en el corazón. Y cuanto mayor es el amor, mayor el silencio que lo explicita. Sólo cuando Dios deja de ser una idea, podemos amarlo, podemos sentirlo. Y este amor encuentra en los balbuceos de la oración su expresión más adecuada y elocuente. Lo inexpresable se expresa entonces de modo inefable. Pero la oración, que jamás será discurso de la razón, encuentra en la poesía -palabra del silencio- su mejor aliada. La oración se reviste de poesía (aunque en mi aportación sea en grado ínfimo), lenguaje de lo inasible, que es al mismo tiempo lenguaje de la sinceridad compartida, testimoniada: De la abundancia del corazón habla la boca , nos enseña el Cristo. De la abundancia del corazón, ¡no de la mente! De la abundancia de la mente sólo nacen el discurso y la discusión, de los que está tan lleno -¡y tan vacío!- nuestro mundo . Antonio López Baeza, sacerdote, insiste nuevamente en orar a partir de los Salmos, como ya lo hiciera con su anterior obra: Poemas para la Utopía , publicados en esta misma colección en junio de 1983, y ya en su segunda edición.

4.2

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